Teatro. Mujeres de pintura. (Fragmento)

Mujeres de pintura
(Fragmento)


(…)
Pausa.

Qué curioso, tenía toda la cara llena de pintas rojas. Parecía sarampión...
¿Qué te ocurre en la piel, hermanita?...Estás tan estropeada...
¡Ah, ya entiendo!
Tu señor patapalo ha vuelto a hacer de las suyas...Bravo, hermanita, mamá estaría orgullosa de tu perseverancia.
Voy a ahogarme con este calor...
¡Helen!, ¡Helen!, ¿has visto ya a tu sobrino Eddie?, ¿lo has visto?...
Claro que veo a Eddie.
¡Es difícil no verle!
Sí, se parece a papá.
¡A papá con 120 kilos encima!
Quizá exagero, Susan, tu hijo apenas es un niño de siete años y 80 kilos y medio...
¿Sabes algo? Precisamente hoy he usado la pastilla de jabón de rosas. La que nos regalaron a las señoritas de la familia en aquella convención navideña del Hotel Paradise.
¿Recuerdas?, sí, en esa reunión tan elegante en la que celebrábamos que tu marido había vuelto sano y cojo de cumplir con la Patria.
Aquella noche yo llevaba un vestido púrpura que me había dejado Rose, mi casera, ¿te acuerdas?, que resultó tener un roto en el encaje que tuve que disimular con el broche del loro de azabache que tú me prestaste... hace ya tres navidades, sí...el que me has pedido tantas veces de vuelta...
Pero, Susan, querida, no te preocupes... Mañana mismo te lo enviaré por paquete urgente para que le cierres la boca a ese querido sobrino mío, que no para de berrear al lado de la caja y que tanto se parece a papá, pero sobre todo a su padre, a tu héroe de guerra impedido, ¡sí, sí!, a ese que no para de comerse los pastelitos de nata rancia que son los únicos que se comen en este pueblo bendito ¡y que no podían faltar en ningún funeral!...

Abanicándose con los documentos.

Para mí la velada no puede ser más agradable. Mi hermano ni siquiera ha asistido al evento. Al final el muchacho va a llegar lejos...de eso estoy segura... Bueno, no esperábamos sorpresas...
¡Ay, hermanita!, no tardaste ni quince minutos en relatar a cada uno de los asistentes, ¡y con detalle!, “las penurias de cuidar de un retoño gigante, de un marido minusválido y de un padre moribundo y oloroso”...
Claro, tu hermana Helen no estaba, porque tu hermana Helen se había marchado a la ciudad, porque tu hermana Helen marchó del pueblo, porque tú, ¡tú eres la que quedó!, porque tu hermana Helen estaba lejos, porque tu hermana Helen te debe un broche y además tu hermana Helen no ha organizado el entierro porque tu hermana Helen, porque tu hermana Helen...
Tu hermana Helen va a darle tal patada en el culo a tu niño gordo y al cojo imbécil de tu marido que los va a lanzar directos al hoyo junto a nuestro papi difunto y querido. Y tu hermana Helen te va a cubrir ese recogido tan propio de una señora de luto, con la nata rancia para pastelitos, recién batida... Y, para terminar, tu hermana Helen va a colocarte tu broche de azabache del loro-papagayo como guinda del pastel coronando la cumbre, ¡perfectamente a juego con todas esas manchitas rojas que te han salido en la piel!...
¡Dios, qué calor!...

(…)


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