Artículo teatral. WILLIAM BAJO LAS ESTRELLAS. ASTRONOMÍA Y DETERMINISMO ASTROLÓGICO EN SHAKESPEARE

WILLIAM
BAJO LAS ESTRELLAS
ASTRONOMÍA Y DETERMINISMO ASTROLÓGICO EN SHAKESPEARE 

HOW LONG HAVE YOU BEEN A SECTARY ASTRONOMICAL?
(W. Shakespeare, King Lear)




No pocos especialistas y amantes del dramaturgo isabelino por excelencia, William Shakespeare (1564-1616), han ahondado en los principios de la astronomía y de la astrología para desentrañar la complejidad de su obra literaria. El poeta inglés dejó constancia del revolucionario desarrollo de la astronomía del momento y de la visión cosmológica y astrológica que, popularizada, dominaba su público, muy versado en el lenguaje y el simbolismo celestes. 
Shakespeare manifiesta una auténtica fascinación por el cosmos y realiza en sus piezas continuas referencias a los fenómenos del firmamento, a las estrellas y sus constelaciones, a los planetas -en la época del autor, el Sol y la Luna eran apreciados como tales, mientras que Urano, Neptuno y Plutón eran desconocidos-, y al resto de los astros. Pero en sus versos siderales, se confunden, a menudo, motivos astronómicos con  consideraciones astrológicas. Originalmente, la astrología y la astronomía coexistieron en concordia, pero a partir de la revolución copernicana -de la que Shakespeare fue testigo en primera fila-, ambas corrientes se divorciaron científicamente. Ante un impacto cultural tal, como el que supuso desterrar al hombre del centro del universo, un genio semejante de la escritura respondió con poesía; si hacemos una lectura de la epístola que Hamlet dedica a su Ofelia, se puede quizá afirmar que la visión geocéntrica de Ptolomeo, en la que el Sol se movía alrededor de la Tierra, seguía imperante hasta la fecha y que el heliocentrismo todavía no se consideraba incontrovertible:

Duda que ardan los astros, duda que se mueve el sol, duda queque haya verdad, mas no dudes de mi amor. (Hamlet)

Tal vez por ello, para el astrónomo y astrofísico Peter Usher, la tragedia del Príncipe de Dinamarca encubre alegóricamente la lucha por la aceptación de esta ‘Nueva Astronomía’.
Unas líneas de El sueño de una noche de verano reflejan que el autor no era un mero observador ocasional de la noche iluminada:

Un calendario, un calendario, mirad sobre el almanaque, averiguad sobre el claro de la luna. (El sueño de una noche de verano)

El dramaturgo parecía estar al tanto de las investigaciones astronómicas a propósito del movimiento del planeta Marte, incógnita que Copérnico no llegaba a descifrar:

De Marte el verdadero movimiento, así en los cielos como en la tierra, aún no se conoce. (Enrique VI, Parte I)

Shakespeare, amigo de la familia del astrónomo Thommas Digges, pudo incluso asistir a observaciones telescópicas de objetos celestes. Esta sería para Usher la única explicación posible del rigor de los detalles con los que el dramaturgo puede describir las cualidades planetarias en su literatura. 
Las citas galácticas serán numerosas: ciento sesenta y una referencias hechas a la Luna ha encontrado la Doctora brasileña Cristiane Busato Smith en la dramaturgia shakesperiana. El Sol, por su parte, ha sido numerosamente mencionado en la escritura de Shakespeare; en una de sus obras, Julio César, hay una discusión sobre la posición del Sol naciente que demuestra que el dramaturgo contemplaba minuciosamente la estrella:

Ahí, donde apunta mi espada, sale el Sol, que, si atendemos a la joven época del año, invade casi todo el mediodía. De aquí a unos dos meses mostrará su fulgor bastante más al Norte.  (Julio César)

En Timón de Atenas se da constancia de que su luz se refleja en la luna: 

Pero renovarme no pude yo como la luna: no hubo soles para pedir luz prestada. (Timón de Atenas)

Y en Otelo, Yago utiliza su posición de equinoccio metafóricamente:

Pero mirad su vicio que es de su virtud el equinoccio, el uno tan largo como la otra. (Otelo)

Por aquella época, se pensaba que el Sol era una bola de carbón ardiendo: 

Tan cierto como sé  que el sol es fuego.  (Coriolano)

Y todavía se desconocía la procedencia y el destino de los cometas. Los amenazantes cometas, como señales cósmicas de venideros males, impactaban y desaparecían misteriosamente en el espacio, sin obedecer, aparentemente, ninguna ley natural. Shakespeare alude a ellos especialmente en sus "Enriques", como señala la periodista y escritora Lucía Gevert:

¡Cometas, que anuncian el cambio de tiempos y estados, agiten sus trenzas de cristal en el cielo y golpeen con ellas a las malas estrellas giratorias que consintieron la muerte de Enrique! (Enrique VI, Parte I

El dramaturgo también los menciona en su obra Julio César, para sentenciar, en esta ocasión, una triste realidad que se proyecta en el cielo:  

Cuando muere un mendigo no se ven cometas; a la muerte de un príncipe se inflaman los cielos. (Julio César)

Los meteoros o estrellas fugaces, a su vez, eran ominosos entes que anunciaban y causaban las mayores calamidades:

¿Dejaréis ya de ser un celeste cuerpo errante, un prodigio del miedo y un portento de daño desatado que amenaza el porvenir?  (Enrique IV, Parte I)
Hoy contemplo tu gloria, como estrella fugaz, que cae del firmamento a la vil tierra. Tu sol se oculta empañado en lo más bajo de Occidente, presagiando tormentas futuras, desazón y dolor. (Ricardo II)

El dramaturgo mira a las estrellas con los ojos del poeta y no del científico; uno de los pasajes más hermosos, a propósito del cielo nocturno, lo encontramos en El Mercader de Venecia, cuando el criado Stephano le pide a Jessica, la hija de Shylock, que se siente bajo el claro de la luna:

Mirad la bóveda celeste tachonada con patenas de brillante oro. Hasta la más pequeña de las esferas que observáis produce con su movimiento el cántico de una ángel.  (El Mercader de Venecia)  

Cuando Shakespeare dialoga sobre el cielo estrellado, se limita, líricamente, a rescatar influjos astrológicos –como afirma el astrónomo canadiense David Levy, poco entusiasta con la faceta astronómica shakesperiana-. Para el director y maestro Augusto Fernandes, el propio Shakespeare ejerció como astrólogo y habría aplicado, pues, el determinismo astrológico en su creación literaria. 

¡Saturno y Venus han entrado en conjunción este año!. ¿Qué dice el almanaque? (Enrique IV, ParteII)

Esta teoría no es tan sorprendente si discurrimos que una conocida coetánea del dramaturgo, la misma Isabel I, tomaba decisiones personales y políticas bajo el influjo de las estrellas, aconsejada por su confidente y astrólogo particular John Dee - el mago matemático de la reina que serviría de inspiración  a  nuestro autor para crear a Próspero, protagonista de su obra La tempestad-, que, como otros muchos eruditos del momento, era cristiano pero estaba profundamente influido por el hermetismo y practicaba sus tres ramas de sabiduría: la alquimia, la teúrgia y la astrología. El Corpus Hermeticum, proveniente del pre-faraónico Hermes Trismegisto, fue considerado de gran importancia en el Renacimiento. El poeta inglés Jonathan Boulting encuentra en Tórtola y Fénix, el poema más hermético de Shakespeare, pistas en la tradición filosófica y religiosa del mítico personaje egipcio. La Astrología es un lenguaje simbólico que para muchos astrólogos se basa precisamente en uno de  los siete principios del hermetismo recogidos en el Kybalión: "Como es arriba, es abajo; como es abajo, es arriba." Cuando la oscura noche se ha apoderado de la luz del Sol, el barón Ross, en Macbeth, exclama que el cielo, acongojado por los actos del hombre, amenaza un escenario sangriento, a lo que el Viejo, que le acompaña, responde: la ausencia de luz es "tan antinatural" como los hechos acontecidos; en la tragedia Antonio y Cleopatra, la reina del Nilo se lamenta por la muerte de Antonio: ha caído "la Estrella Polar de los soldados". El astrólogo inglés John Addey observa que Shakespeare hizo constantemente uso de referencias astrológicas para demostrar que el comportamiento humano debe reflejar el perfecto orden y armonía del universo, una creencia profundamente arraigada en la cultura de su tiempo. Cada elemento del cosmos debe tener un lugar adecuado, definido por su relación con los otros elementos, de acuerdo con `la scala naturae´, y del mismo modo, todas las formas de organización social deben seguir el mismo patrón:

Pero soy inmutable como la Estrella Polar, que, por su fijeza y estabilidad, no tiene igual en todo el firmamento. Los cielos están esmaltados de luces sin fin; en todas hay fuego y todas relumbran; pero no hay más que una que siga en su puesto. El mundo es igual. (Julio César
No pueden dos planetas en una misma órbita moverse ni soporta una Inglaterra sola el doble reinado. (Enrique IV, Parte I

Encontramos otro ejemplo de este pensamiento en la obra El rey Lear, donde el personaje de El Bufón, en su diálogo con el rey, trata de decir, mediante una metáfora, que el orden natural en el número siete de Pléyades en la constelación de Tauro se cumple como la ley natural debe cumplirse en la vida de un monarca.
En diversas ocasiones, Shakespeare hace uso de la convención poética en la que el Sol, todos los días, galopaba en su carro pasando por las doce constelaciones del Zodiaco:

Cansado el sol se oculta entre arreboles y en la brillante huella de su carro ígneo nos augura un espléndido mañana. (Ricardo III)
La oscuridad, jaspeada, vacila cual borracho saliéndose del rumbo del día y de Titán.  (Romeo y Julieta)

El Zodiaco (del griego ‘kyklos’ y ‘zoidion’, que significa ‘círculo de animales’) se basa en la eclíptica por la que el Sol circunda aparentemente la Tierra. Esta banda celeste se divide en doce segmentos iguales y armónicos de 30º, que se corresponden con doce constelaciones contenidas dentro de este mismo recorrido. 

Permaneceréis allí hasta que los doce signos del Zodíaco hayan satisfecho el tributo de su evolución anual. (Trabajos de amor perdidos)
En cada época del año, el Sol va pasando aproximadamente por cada signo -esta simplificación de la astrología constituye la base del horóscopo habitual que conocemos-, y cada signo solar estará dominado, además, por un astro (conocido como regente). En la época de Shakespeare, los  doce signos se regían sólo por siete cuerpos celestes -en vez de los diez posteriores- y la tendencia popular era pensar que estos cuerpos errantes (el Sol, la Luna, Venus, Marte, Júpiter, Saturno y Mercurio)  influían en los asuntos de los hombres. En la obra del comediógrafo, los signos del zodíaco son mencionados en al menos seis de sus piezas y la lejanía o la predominancia de estos "planetas" favorece o dificulta el destino de ciertos personajes. Según la astrología cada astro tiene sus propias cualidades; Marte era considerado el planeta de la fuerza, del empuje, y predisponía a la personas a la valentía, a la lucha y a la acción -debido a ello, la heroína Elena, en A buen fin no hay mal principio, le dice a Parolles que tuvo que nacer  bajo un Marte "en retroceso", ya que el secuaz del conde recula cuando se bate en combate-. Marte es el que sostiene la forma, el orden y el `logos´ y se opone a Venus, el Lucero del Alba. Si se interpreta que Venus otorga a los  terrícolas la capacidad para generar belleza y coherencia armónica (el principio femenino), sin su opuesto masculino, el planeta provocaría, en cambio, la locura en los hombres. Así, los usurpadores  de Shakespeare -como Claudio, el asesino de Hamlet-, harían únicamente caso a un Venus desprovisto de la ética marciana. 

La Luna, de igual forma, representa la parte emotiva, sensible e inconsciente de la personalidad, y, a menudo, simboliza la parte oculta y enferma de la mente:

Ahora, de pies a cabeza soy firme como el mármol. Ya  la inconstante luna no es planeta mío. (Antonio y Cleopatra)

Por ello ejerce especial influencia sobre la volubilidad del amor entre Julieta y Romeo:

No jures, ay, por la inconstante luna, que cambia cada mes su trayectoria, no vaya a ser tu amor resulte tan poco estable (Romeo y Julieta) 

Y llega a ser la responsable de la locura del celoso Otelo, demostrando, así, que El Bardo también estaba familiarizado con la trayectoria elíptica -y no circular- del satélite alrededor del planeta:

Es culpa de la luna. Llega más cerca que antes de la tierra y enloquece al los hombres. (Otelo)

O, como destaca el astrólogo estadounidense Frank Piechoski, Selene también gobernaría la profunda tristeza del personaje de Isabel, de Ricardo III:

Todas las fuentes fluyen a mis ojos, de modo que influida por la acuosa luna, puedo anegar con copiosas lágrimas el mundo. (Ricardo III)

En Tito Andrónico, Aarón, el sibilino amante de la reina Tamora, opina que "una estrella feliz" los ha traído a Roma y en la obra Mucho ruido y pocas nueces, cuando Benedicto no consigue componer una rima para Beatriz, la sobrina de Leonato, argumenta que no ha nacido "bajo un planeta poético". Por su parte, el príncipe Don Pedro, sostiene que la   amada de su compañero ha nacido "en hora alegre", a lo cual Beatriz replica:

No, mi señor, le aseguro que mi madre lloró. Pero había una estrella que bailaba, y yo nací bajo ella.

(Mucho ruido y pocas nueces
Parece palmario que la astrología aventaja al escepticismo racional en las obras de Shakespeare, lo que hace que no resulte casual -como señala Piechoski- que, en ellas, los personajes que encarnan el recelo científico, frente a la simbología astral, sean, precisamente, un villano mentiroso y un conspirador desleal (Edmundo en El rey Lear y Casio en Julio César)

Cuando la suerte nos funciona mal (...) culpamos de nuestros desastres al sol, a la luna y a las estrellas, como si fuéramos canallas por necesidad, idiotas por impulso celeste (...) mi padre se acopló con mi madre bajo el rabo del Dragón, y mi natividad se produjo bajo la Osa Mayor , y de ello se sigue que yo soy malo y lujurioso. ¡Un carajo!.  Yo sería quien soy aunque la más virginal estrella del firmamento hubiera resplandecido sobre mi bastardía. (El rey Lear)
Si estamos sometidos, mi querido Bruto, la culpa no está en nuestra estrella. (Julio César)
Para Augusto Fernandes, el sistema astrológico proporciona una metodología propia de la investigación literaria; la astrología no predictiva (en su faceta mitológica) facilita un revelador prisma de análisis en consonancia con las propias creencias astrológicas en las que se basaba el propio autor al escribir sus piezas. Esta estelar herramienta permitiría una mayor comprensión de los enigmas del universo shakesperiano y del comportamiento y la acción de los personajes que en él figuran.  Esto se traduce, por ejemplo, en entender a Hamlet como pisciniano, sabiendo que Piscis es un signo de agua, por lo tanto, un signo par que se relaciona con la parte femenina y pasiva del Zodiaco y que ocupa la duodécima casa celeste, la más funesta -el demonólogo Jacques Collin de Plancy, en su Dictionnaire Infernal (1818), la llega a describir como la casa de los envenenamientos, las miserias y las muertes repentinas-. Los nativos piscinianos se caracterizan por ser sentimentales, emocionales, de débil carácter, incomprensibles y confusos. Un sensible y contradictorio Piscis, a causa del miedo,  se paraliza y no actúa, mientras que un leonino como Romeo - los signos de fuego llaman a la decisión y a la acción y son impares, por lo que corresponden a la parte masculina y activa- es, como buen Leo, magnético, confiado, vital y valiente y se lanzaría a por todas, instintivamente, con empuje y entusiasmo. En cambio, Yago, el  perseverante y siniestro confidente de Otelo, sería un Escorpio, destructivo y resentido. Escorpio tiene un modo de luchar que no es directo ni sencillo; es potente porque guarda secretos y se contiene y se concentra sutilmente. Yago, escorpioniano, pertenecería a un signo de nativos que investiga e intuye con inteligencia pero, a veces, bajo conceptos falsos y equivocados. 
Pero aún hay más enjundia en este romance astroisabelino, pues si bien los teóricos de la literatura han buscado significados en el simbolismo astral de sus obras, resulta que los científicos también acuden a su teatro, incluso en mayor medida, para comprobar su almanaque. La creación shakesperiana ha contribuido a la astronomía y a la ciencia. Astrónomos y físicos norteamericanos ligados a instituciones universitarias y al Centro de Estudios de la misma NASA han colaborado con especialistas en Shakespeare para sus investigaciones académicas -en el Sistema de Datos Astrofísicos (ADS) de la NASA se encuentran artículos diversos-. Existen varios estudios estrictamente astronómicos, como el realizado por el profesor W. G. Guthrie en los años sesenta, que indagan en el teatro de Shakespeare para recuperar testimonios históricos de acontecimientos cósmicos. 

El astrónomo de la Universidad del Estado de Texas Donald W. Olson y sus colegas Marilyn S. Olson y Russell. L. Doescher, relacionaban la `Supernova de Tycho´ que se produjo en Casiopea en 1572 con "la estrella ardiente" a la que hace referencia el soldado Bernardo en Hamlet
En El rey Lear podemos encontrar, por ejemplo, una referencia al eclipse solar producido en 1605, que sirve para intensificar el efecto dramático:

Estos recientes eclipses del sol y luna no nos presagian nada de bueno. Por mucho que la razón natural pueda explicarlos de una forma u otra, nuestra naturaleza siente el azote de sus consecuencias. (El rey Lear)

Y se sabe que en 1607 Shakespeare tuvo la ocasión de contemplar el mismísimo cometa Halley orbitando alrededor del Sol. 
Por su parte, los astrónomos han rendido homenaje al poeta en diversas ocasiones  a lo largo de la Historia, y esto se coteja en el mismo firmamento. Desde finales del XVIII, se han descubierto en Urano veintisiete satélites, de los cuales todos -excepto Umbriel y Belinda- han tomado su nombre de personajes que pertenecen al teatro de Shakespeare: de El Rey Lear encontramos a la princesa Cordelia, y de Hamlet, a la pobre Ofelia, ambos satélites pastores; la infiel Crésida, que da nombre a la tragedia Troilo y Crésida, también tiene su luna en Urano, tal como la inocente Desdémona, de Otelo, y la bella Blanca de La fierecilla domada; de Romeo y Julieta hallamos al hada Reina Mab que describe Mercurio y a la propia protagonista, a Julieta; la doncella Margarita aparece en Mucho ruido y pocas nueces y la pretendida Porcia en El mercader de Venecia; la enamorada Rosalinda es un personaje de Como gustéis, y Puck se llama el duende de El sueño de una noche de verano, que aparece junto a los reyes de las hadas, Titania y su esposo Oberón, las dos lunas mayores del planeta; Cupido surge de Timón de Atenas, Perdita es la princesa en Cuento de Invierno y, finalmente, de La tempestad se tomaron diez nombres para las lunas del planeta (el hechicero Próspero y su hija Miranda, el bufón Trínculo, el príncipe Ferdinando, el mayordomo Stephano, el salvaje Calibán, el espíritu del aire Ariel, el Lord Francisco, la bruja Sycorax y el dios Setebos, al que ésta adora). Asimismo, el astrónomo estadounidense Edward LG Bowell en 1983 descubre un asteroide y lo llamará -cómo no- (2985) Shakespeare
Diferentes instituciones, alrededor de todo el mundo, festejarán, el próximo 23 de abril de 2014, el 450 aniversario del nacimiento de William Shakespeare. En función de esta fecha, podemos convenir, legos en astrología, que el escritor fue un nativo de Tauro (seguro, paciente, resistente, metódico...) y, astronómicamente, que nuestro `planeta azul´, desde entonces, ha recorrido ya cuatrocientas cincuenta vueltas al Sol (y no al contrario). Puede que William escribiese, cada vez, bajo el eco de estrellas distintas; pero lo innegable es que hoy, casi medio milenio después, su obra sigue brillando sobre el rotar de la Tierra. 
Y con luz propia, no reflejada.






Traducción: Hamlet (Ángel-Luis Pujante), El sueño de una noche de verano (Andrés Hoyos), Enrique VI, Parte I Traducción de (Roberto Appratto), Julio César (Ángel-Luis Pujante),  Timón de Atenas (Nicolás Suescún), Otelo (María Enriqueta González Padilla), Coriolano (María Enriqueta González Padilla), Enrique IV, Parte I y Parte II (Mirta Rosenberg y Daniel Samoilovich), Ricardo II  (Juan Fernando Merino), El Mercader de Venecia (Manuel Ángel Conejero Dionís-Bayer ), Ricardo III (María Enriqueta González Padilla), Romeo y Julieta (Josep M. Jaumà), Trabajos de amor perdidos (Luis Astrana Marín), Antonio y Cleopatra (María Enriqueta González Padilla), Mucho ruido y pocas nueces (Edmundo Paz Soldán) y  El rey Lear (Vicente Molina Foix)





ALDA LOZANO 

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